Autor: Alejandro Candela RodríguezIdioma: CastellanoPublicación: 1 de enero de 2025Género: FantasíaEditorial: El transbordadorPáginas: 199
Suri teje redes con las manos calladas por la sal. Vive entre pescadores, cantos tristes, días repetidos. Pero sus ojos miran como quien ha visto demasiado. Porque antes fue otra. Antes fue Baddo: temida, imparable, inolvidable.
Una general. Una sombra.
Una leyenda convertida en mujer anónima.
Y ahí arranca esta historia, no en la batalla, sino en la huida.
Alejandro Candela Rodríguez nos lleva por una novela que parece hecha de dos mundos: el de las gestas olvidadas y el de los silencios que se arrastran en la espalda. El mundo de lo fantástico y el de lo humano más crudo. Un equilibrio difícil que aquí funciona como un hechizo antiguo y bien lanzado.
En esta historia no hay héroes de cartón. Ni villanos absolutos. Lo que hay son personas que arrastran su historia como quien arrastra una red llena de peces, algas y cosas rotas. Hay paisajes que huelen a hierro, a pan recién hecho, a noches en vela. Hay magia, sí, pero no esperes rayos en cada página: aquí la magia es sutil, a veces poética, a veces brutal. Como la vida.
La voz narrativa está llena de belleza contenida. No recarga. No grita. Sugiere. Y a veces, entre frase y frase, te cala hondo.
La novela tiene alma de saga antigua, pero se lee con la emoción de lo nuevo. Con capítulos que te agarran sin gritar. Y con una protagonista que no quiere volver a ser lo que fue, pero no puede dejar de serlo.
Lo que más me tocó fue el silecio de Suri. Esa necesidad de desaparecer, no por cobardía, sino por cansancio. Por miedo de sí misma. Me recordó que a veces, después de sobrevivir, solo quieres que el mundo te olvide un rato.
No sé si estoy en una etapa de mi vida muy emocional o si Alejandro sabe justo qué teclas tocar, pero hubo fragmentos que me dolieron de una manera extraña. Como una nostalgia de algo que no viví.
Me atrapó la mezcla de lo mítico y lo mundano. Las tardes al fresco con vecinas, los monstruos que no salen de cuevas sino de recuerdos, los secretos guardados con más fuerza que cualquier espada.
Hay fantasmas sobre la tierra me dejó con esa sensación de haber leído algo que se queda contigo. Algo que no se termina con la última página. Algo que vuelve, como los recuerdos que queremos enterrar pero nunca lo permiten.
«La gruta no se quedaba atrás en belleza y en paz. Parte del techo era de cuarzo traslúcido y blanquecino que filtraba la luz a través de la montaña. Era como caminar dentro de un grano de sal»
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