Hay libros que no empiezan con una muerte… sino con un asesinato frustrado. Y no uno cualquiera: el de un padre. Solo que, cuando Paul llegó a cometer su acto de rebelión definitiva, Thomas Lanski, ese hombre que le arruinó la infancia, que hizo llorar a su madre, que dejó cicatrices invisibles en su alma, ya estaba muerto. De forma natural. Como si la vida le hubiera robado incluso el derecho a vengarse.
Con esta premisa tan explosiva arranca El origen de las lágrimas, una novela tan absurda como humana, tan punzante como divertida. Jean-Paul Dubois no nos entrega un thriller ni un drama psicológico convencional. No. Lo que hace es abrir una grieta en el corazón de un hombre y dejar que fluya todo lo que hay dentro: frustración, humor negro, recuerdos, resentimientos… y sí, también lágrimas.
Paul no es un héroe. Es un hombre quebrado. Alguien que arrastra traumas mal resueltos y que se sienta en el diván de su psiquiatra para contar su historia como quien lanza botellas al mar. Y entre anécdotas disparatadas, momentos de ternura casi escondida y ataques de sarcasmo, vamos entendiendo algo: no es solo la historia de un parricidio simbólico, sino la crónica de una infancia vivida a la sombra de un tirano doméstico.
«He aquí los hechos. Soy yo, su hijo Paul, quien, esta noche, ha matado a Lanski. Quince días después de su muerte»
Dubois tiene una prosa afilada, irónica, pero profundamente empática. Lo suyo no es el juicio, sino la observación sagaz del ser humano y sus contradicciones. Aquí no hay villanos de manual ni redenciones forzadas. Hay dolor. Pero también hay una forma de humor que permite respirar entre golpe y golpe.
El origen de las lágrimas es una novela rara y preciosa. Incómoda, sí. Pero con ese tipo de incomodidad que remueve algo adentro. Es como una tragicomedia a la francesa, donde las emociones se entrecruzan y te dejan con una sonrisa torcida… y con una punzada en el pecho.
¿𝑷𝒐𝒓 𝒒𝒖é 𝒍𝒆𝒆𝒓𝒍𝒐?
Porque a veces necesitamos libros que no nos den respuestas fáciles, sino preguntas incómodas. Porque reír en medio de la tristeza es un acto de resistencia. Y porque todos, de un modo u otro, tenemos que aprender a matar fantasmas. Aunque ya estén muertos.